Cuentos, de August Strindberg

Este año se conmemora el centenario de la muerte del famoso dramaturgo sueco August Strindberg (1849-1912), circunstancia que han aprovechado muchas editoriales para sacar a la luz algunos de sus escritos, conocidos y menos conocidos. Nórdica Libros apuesta por lo segundo al proponernos la lectura de estos Cuentos (Sagor, 1903), un conjunto de hasta trece relatos (*), de diversa extensión y carácter, que oscilan entre el cuento fantástico y la fábula moral, y donde no resulta difícil reconocer algunos rasgos propios de la personalidad de Strindberg, como la deriva hacia la locura o la misoginia. En cualquier caso, hablamos de unos textos de gran originalidad y fantasía, en los que brilla poderosa la imaginación del sueco, y que se leen con gran interés, por su variedad de registros y lo imprevisible de su desarrollo. La exquisita edición que nos ofrece Nórdica (en la traducción de Francisco J. Uriz) recoge además las extraordinarias ilustraciones que acompañaron a la edición de 1915, obra del artista sueco Thorsten Schonberg (1882-1970), y que por sí mismas son ya una fuente considerable de placer estético.

La leyenda de San Gotardo

El cuento que abre la colección, “En tiempo de verano”, es quizás uno de los más interesantes –y dolorosos– de todo el libro. La asunción voluntaria de la muerte por parte de la joven madre y su hija minusválida contrasta con la actitud positiva de la anciana nonagenaria, una de las figuras más emocionantes del libro. Condenada a vivir postrada en el lecho, la vieja mujer se conforma con observar la vida a través de los cristales de su ventana, que agrandan o achican, que colorean la realidad, según sus deseos. Un elemento compartido por algunos relatos es la música: un piano caído al mar que se convierte en juguete de los peces (“El gran cedazo para grava”), un taciturno director de orquesta anclado a su pasado (“El dormilón”), una diva ambiciosa y cruel que recibe su escarmiento (“Los secretos del secadero de tabaco”), y un cantante de origen humilde que al triunfar (y luego fracasar por culpa de una mujer) se olvida de su identidad (“bal sin yo”). A estas alturas, el lector habrá descubierto que los títulos de los cuentos no orientan en modo alguno sobre su contenido. “Las tribulaciones del práctico” es un relato muy imaginativo, con un desarrollo casi onírico, y donde parecen combinarse las aventuras de Alicia en el país de las maravillas con Juan sin miedo. Otros cuentos, como “Fotografía y filosofía” (testimonio del interés de Strindberg por dicho arte) y “Medio pliego de papel” (el cuento más famoso, al parecer, de la colección), nos enseñan a afrontar de manera positiva las dificultades de la vida, y a valorar la felicidad perdida como un patrimonio inalienable. Sin embargo, no se puede negar que la moraleja que se propone al final de algunos de estos textos es bastante previsible y convencional. Así sucede en los cuentos “Cuando el papamoscas llegó al espino cerval”, historia de un viejo presidiario impenitente al que redime la caridad de una niña; y “El triunfador y el bufón”, donde se defienden los valores de modestia y respeto como normas de convivencia. Un contexto histórico más preciso lo encontramos en “La leyenda de San Gotardo”, relato relacionado con la construcción del famoso túnel ferroviario a través de la montaña (1871-1881), símbolo de la unión amorosa entre dos jóvenes suizos de cantones diferentes, Andrea y Gertrud. Finalmente, “Los cascos de oro de Ålleberg” y “Licenea encuentra la saxífraga dorada” son dos cuentos de hadas (con animales que hablan, duendes, gigantes…) entreverados con una lección de historia de Suecia y una clase de botánica simbólica.

(*) En el índice no se ha recogido, seguramente por despiste, el título de “El triunfador y el bufón”, que suma trece. Quiero imaginar que a Strindberg le agradaba ofrecer un número de cuentos tan poco “correcto”.

Acerca de Manuel Fernández Labrada

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